UN PARTIDAZO DE PELÍCULA
- promocionabril1965
- 21 jun 2019
- 15 Min. de lectura

La “aventura” que les haré recordar hoy, mis inolvidables mosqueteiros, estoy seguro les traerá gratos recuerdos. Sin lugar a dudas, en el rostro de Gilo, esculpirá en 3D una estruendosa carcajada, con resaca y lágrimas de felicidad. Más aún, la expresión que imagino en su rostro, merecería plasmarse en piedra y hacerla perdurable ¡en una cabeza más enclavada en las Islas de Pascua!...
Pero, pensándolo bien, eso haría que las otras cabezas se pongan verdes de envidia y espantarían el turismo. Por eso, mejor no.
Corría con agilidad, uno de esos años juveniles en que los meses, las semanas y los días, no pasaban tan rápido como ahora. Al paso de un viernes, bien entrada la tarde, mi hermano Lucho me había pedido ayuda para armar un equipo de fútbol “para mañana”. Está demás decir que se trataba de algo improvisado ya que un equipo de fútbol requiere de once jugadores y según me dijo le faltaba la mitad. Me explicó que se trataba de un partido amistoso, para dar realce a la ceremonia de bendición de las camisetas de un equipo.
Como le faltaban por lo menos cinco jugadores para completar la oncena, yo recurrí como de costumbre, a mis compañeros de costumbre. Era una oportunidad de acción para los tres mosqueteiros. Yo no tenía duda que los tres estaríamos en el compromiso ya que nuestra conducta de acción conjunta estaba regida por el código de "El Desafío del Hombre". Es decir, ante un desafío, nunca retrocedíamos ¡ni siquiera para saltar! como dicen que lo hace el puma, que sólo retrocede para saltar.
Al primero que contacté fue a Gilo, a quien ubiqué al toque. Por esa fecha Gilo era ya "pantano total" en el edificio de Los Robles 180, donde vivía su enamorada y también "Johnny" (o sea yo, pues). Dada la "urgiencia" de la convocatoria, ese mismo día por la noche, fuimos a la Tienda El Diamante "que calza al pie como un guante" a buscar al "gierente", que era Ramón el chileno. Mientras lo ayudábamos a cerrar la tienda, le dí los detalles del compromiso, que no eran muchos y tampoco le importaban tanto. Su única pregunta fue si ibamos con las "mujieres".
A todo esto, las únicas veces que habíamos jugado juntos, eran las de algunos sábados que íbamos a Cieneguilla, a la cabaña de campo de nuestros "Grandes" amigos: los Sangio. Allí, parte de la diversión era jugar informalmente fulbito en el area verde detrás de la cabaña, con arcos señalados con piedras. En contraste, el partido en ciernes era de fútbol, pero ni siquiera pasó por nuestra mente equiparnos con "chimpunes" ya que para una sóla vez, el gasto no valía la pena.
De lo anterior, el lector mosca ya debe haber percibido que mis patas no eran precisamente, virtuosos jugadores de fútbol. La verdad, el motivo por el cual los había convocado no tenía nada que ver con sus habilidades futbolísticas. El objetivo era sacarle partido al partido, valga la redundante redundancia.
Cabe mencionar que por aquel tiempo no sólo Gilo, sino los tres mosqueteiros estábamos empatanados con "las primas". Pero, ninguno avistaba, ni siquiera de lejos, el altar. No obstante, el elemento femenino era para nosotros imprescindible.
El detalle era que "mi prima" no estaba en Lima. Por tal motivo, arrogándome una "licencia por ausencia" y el ejercicio de un poco de labia, que por ósmosis estaba adquiriendo del "gurú" ¡MAEEESTRO! más la soltura de huesos que ya se me había contagiado del chileno y mi sentido de la oportunidad, propio de mí, fuí a tocarle la puerta a una guapísima vecinita mía, de nacionalidad chilena, para invitarla a pasar la tarde del día siguiente, en el evento deportivo.
Nuestros preparativos, como ya lo dije, no estaban encaminados al rendimiento en la cancha, sino en rodearnos de los elementos que nos permitiesen explotar la oportunidad al máximo. Una vez arreglado ese asunto, le comuniqué a mi hermano Lucho, que podía contar con tres jugadores más.
Al día siguiente, Gilo y Ramón con sus respectivas "primas", iban raudos en el fiel "Cortina" al lugar del evento. Yo por mi parte, en mi Thriumph rojo, hacía lo mismo con mi flamante compañía, que lucía simplemente "magnifiqué". Al llegar al estadio, que quedaba en Surco, cerca de la escuela de aviación de Las Palmas, no nos fue fácil encontrar estacionamiento, debido a la cantidad de "giente" que estaba llegando.
Una vez dentro y antes que comience la ceremonia, fueron tomadas algunas fotos, que servirían al equipo anfitrión para hacer perdurable las memorias de tan significativa ocasión. Acto seguido, procedimos a ubicar a las "chicas" en asientos preferenciales de la tribuna, donde fueron recibidas con silbidos de admiración e inevitables faltas de respeto del alborotado respetable.
Al comenzar la ceremonia, el cura procedió al ritual de la bendición de las camisetas, salpicándoles agua bendita. Las camisetas eran rayadas parecidas a las del "Ciclista Lima" pero el azul más tiraba para el del “Alianza”. El hombre de sotana negra, tenía a su derecha a la Madrina, que lucía un vestido blanco y estaba muy simpática. A su izquierda tenía al capitán del equipo --- juraría que se había tirado encima un pomo de colonia “Coquito” ---. La tribuna multicolor, por su parte, estaba encantada con tal desarrollo, pues estaba compuesta de familiares, amigos y allegados al equipo anfitrión, sumados a los espectadores de rutina. Es decir, gente de los alrededores. Obviamente ¡todos hinchas de nuestro rival!
El equipo anfitrión lucía impecable. Parecía que estaban estrenando todo, chimpunes, camisetas, medias... ¡tenían hasta aguatero! Por otro lado ya en la cancha, estaba a la espera una terna de arbitros profesionales.
Luego de la ceremonia y en contraste con las rutinas de calentamiento de nuestro rival que parecían bien aceitados, en nuestro lado la situación estaba al borde del ¿para ‘onde pateo? ya que la mayoría de los integrantes de nuestro equipo no nos conocíamos. Encargado de las presentaciones del caso, estaba nuestro capitán, mi hermano Lucho. Durante las estrechadas de mano y el “mucho gusto”, me dió la impresión que por lo menos un par de jugadores de nuestro equipo estaban allí para “sudar la tranca de la noche anterior”. Erase de esperar, pues el encargo recibido por mi hermano, de parte del capitán del equipo "albiazul" había sido armar un equipo, literalmente de un día para otro. Lo cual, como decía el "Chapulín Colorado", parecía estar "fríamente calculado" para que el equipo anfitrión no tuviese problemas en sacarse lustre en su partido inaugural. Es decir, a costa de un equipo tipo “Frankenstein".
El único que sabía de antemano su posición de juego, era "Johnny". Años atrás mis hermanos me habían mandado al puesto de arquero. Cosa común cuando un jugador de barrio no mostraba atributos ni como delantero ni como defensa. Ese era el orden de las aspiraciones de un jugador de barrio; primero de delantero, segundo de defensor y la de consuelo, de arquero. Recuerdo que durante un partido de fútbol, antes de la decisión táctica respecto a mi posición de juego, me hice cargo de ejecutar un tiro de esquina que me salió un poquito desviado. La bola fue a parar atracada en las ramas de un árbol. Tuvimos que hacerla caer tirándole piedras para reiniciar el partido ¡Ganas no me faltaban!
Sin embargo, yo ya le había agarrado gusto a la posición de arquero, pues me permitía ver el esquema total del desarrollo de juego y había aprendido a empujar al equipo desde atrás. Inmodestia aparte, yo no era un arquero profesional. Era sólo un “talentoso amateur” ¡Tchass?
Bueno, cuando todos ya estábamos de acuerdo en la formación del equipo, que se redujo a decidir quienes van adelante, quienes se quedan atrás y sólo un par de detalles más, ya que la situación no daba para una estrategia en mayor detalle, estuvimos "listos" para comenzar el partido.
Al pitazo inicial, se hizo notar la ansiedad de la tribuna por ver goles. De su equipo por supuesto. Un rumor sordo parecía pedir sangre, como en un coliseo romano. Por su parte, el equipo anfitrión, respondía dando muestras de las ganas que tenían para darnos una zurra de padre y señor mío. Aprovechando la falta de marca, se adueñaron del medio campo, y desde allí, su capitán conducía el ataque. En los primeros minutos, parecía que pasaban el medio campo como en su “living room” y se me venían encima en cargamontón, con el acompañamiento bullicioso de la tribuna. No sé cuantas veces, pero fueron muchos los patadones a mi arco, que con la ayuda del palo en una oportunidad y mi defensa que estaba bien plantada en base a mi hermano Thelmo, que se multiplicaba con los otros defensores, felizmente todos sobrios, pudimos capear la carga inicial. Al final de la misma, yo ya había tasado a un "enano ladilla", que se me quería filtrar por la izquierda, es decir por "mi derecha" porque era zurdo. Felizmente, tenía allí a mi hermano Thelmo quien lo esperaba “pegadito”, para que no se le escape. El "enano ladilla" era correlón como todos los "enanos ladilla" pero mi hermano tenía ya la consigna de "o pasa el enano o pasa la bola, pero los dos juntos ¡NICANOR!. Si pasaba la bola, era mi responsabilidad interceptarla a toda costa. Varias veces lo hice al borde del area, encargando a mis defensores el cuidado de mi arco. Era un juego peligroso porque no perdonaba errores, pero era lo más adecuado. Parece que el enano era el arma secreta del equipo anfitrión porque todos lo buscaban. En realidad si lo hubiesemos dejado suelto con certeza hubiera hecho estragos. Así transcurrieron los minutos, defendiéndonos de la avalancha albiazul secundados por la tribuna.
A ese punto yo trataba de identificar en mi equipo quien era capaz de parar la bola y levantar la cabeza, aparte de mis hermanos. Las veces que la bola iba a parar a los pies de algún mosqueteiro, si la jugada era un poquito forzada, se resbalaban y caían de jeta como un bagre. Ramón el chileno, impetuoso de nacimiento, en su afán de correr tras la bola, era quien más se caía. Gilo era el segundo en el ranking, seguido de cerca por el par de choborras. Si el lector ha jugado alguna vez con zapatillas, en cancha de grass, sabe de la palta de Ramón y Gilo. Por tal motivo, la mayoría de veces, le daba la bola a mi hermano Lucho que bajaba a recogerla por el centro. Pero, a partir de allí, él no podía llegar al arco rival sin jugarla en pared ya sea con uno de los choborras o con uno de mis patas. Es decir, no tenía con quien jugarla con solidez y ya se estaba cansando, prematuramente. Mis dos hermanos y los otros jugadores de nuestro equipo tenían chimpunes, por lo cual era razonable, a menos que la situación fuese obvia, la bola no iba a las patas de mis patas. Considerando lo dificil de nuestra situación y el peligro que significaba el “enano ladilla”... ¡Púñales... ese enano era más peligroso que un tiro en la oreja! Por tal motivo, le cursé una solicitud en papel sello 5to a mi hermano Thelmo para que se baje al enano “con pelota y fuera del area” por si acaso vayan a querer botarlo o cobrar penal. Mi hermano estuvo en total acuerdo con la estrategia. Ya que las bolas que le ponían al enano por alto dentro del area, eran mías sin problema, mayormente se la daban de arrastrón fuera del area. El enano tenía la habilidad de recibirla de espaldas y con las mismas giraba por dentro o por fuera y se me venía encima. Mi hermano esperó la ocasión propicia y en una “jugada de laboratorio”, anticipó el lado por el que iba a salir el enano y lo emparó con un chuzaso "a la pelota" que lo hizo salir disparado como sale un gimnasta en la especialidad de caballete, pero con un desaforado ¡EEEYYY! haciendo muecas y aleteando sin control. Esa jugada la puedo ver una y otra vez, rebobinando el video y les juró que “jue juerte” pero a la bola. A pesar de todo, y respondiendo al reclamo del respetable --- sumado al del enano --- el árbitro cobró tiro libre. No pudo cobrar otra cosa gracias a la estrategia que había sido diseñada y ejecutada con toda precaución. Mi hermano recibió la amonestación, con la humildad de un jugador argentino, para esos casos. La posición de la bola era la misma desde la cual Cubillas le hizo ese inolvidable gol al Brasil. Yo armé mi barrera para cubrir el lado derecho de mi arco y me cuadré para cubrir el lado opuesto. Quien pidió la bola para cobrar la falta fue el capitán del equipo que estaba más serio que un pleito a machete y con fuego en sus ojos desorbitados. ¡Su frustración era evidente! Al momento de la ejecución del tiro libre, le medí la corrida y le hice la finta de ir a cubrir mi lado izquierdo, levantando los brazos para asegurarme que me viera y hacer que me tire la bola a mi lado derecho. Que era lo que yo quería. El derecho era mi lado fuerte para la estirada, ya que de ese lado me podía impulsar mejor . Debo reconocer que el pata sabía patear. La bola pasó por encima de la barrera y bajó por mi lado derecho, tipo la "folha seca" de Didi. Pero, me vino por el lado que yo la estaba esperando. Aún así, después del amague a mi izquierda, tuve que regresar quemando llanta para la tirada con estirada, tipo el hombre elástico. Le saqué la bola al “corner” ¡con las uñas! La tribuna ahogó el grito de "GOOO..." de sus tenores, para dar paso al ¡COOONCHESUM...! de los barítonos. Esa fue la única vez que me dió un placer inmenso que me menten la madre --- con el perdón de mi viejita que sé, me entiende perfectamente ---Ni bien la bola salió al corner, la avalancha albiazul se hizo presente ¡poblando toda el area!
En preparación para el tiro de esquina que me vendría del lado derecho, vino corriendo uno de los defensores que yo no lo tenía catalogado. Mi hermano Thelmo y yo, ubicamos rápidamente el lugar donde tenía él que pararse, para que el que patease se viese obligado a levantar el centro frente a mi arco. Si intentaba otra cosa, lo más probable era que la mandase afuera. Mi hermano tenía más experiencia que yo como arquero en futbol y sabía exactamente lo que tenía que hacer. Sin embargo era yo quien tenía que observar al jugador para ver de que lado comenzaba su carrera. Si desde mi punto de vista, veía que el jugador partía del lado derecho de la bola, lo más probable era que la iba a centrar por alto buscando a alguien que la cabecee. Si se cuadraba a la izquierda, quería decir o que era zurdo y el tiro era impredecible o que era derecho y la iba a “rifar”. Esto último, pegándole a la bola con la parte externa del empeine para que rodee a mi hermano por dentro y salga en curva alejándose de mí.
Yo me lamentaba no recordar si el jugador era zurdo o derecho y me pesaba no haberlo tasado en jugadas previas, lo cual es una de las tareas de rutina que tenemos los guardametas. Viendo que el capitán se había cuadrado sin mucho aspaviento por el centro y ligeramente fuera del area grande, le dije disimuladamente a mi hermano Lucho que se prepare para obstruirle la llegada. ¡Esa para mí, iba a ser la jugada! pero me hice el "loco" para que sigan con ese plan. Si me equivocaba, todos tendríamos que improvisar.
Previo al pitazo, en medio de un remolino de jugadores rivales que se movian tratando de marearme, podía sentir con orgullo el ganado odio no sólo de los jugadores, sino tambien de la tribuna.
Parecía que los dos equipos estaban en nuestra cancha y la presión era enorme... y yo me sentía ¡sólo contra el mundo! Cuando el jugador que iba a cobrar la falta se cuadró para hacer efectivo el tiro de esquina, lo hizo para mi beneplácito, bien a atrás de la linea final del campo, lo cual eliminaba las posibilidades que más temía. Cuando comenzó su carrera, mi hermano Thelmo empezó a dar saltos, telegrafiando el mensaje de que si no elevaba la bola, se la iba a bloquear. La bola le pasó bien abierta por encima y venía por lo alto para la entrada de su capitán. El y yo comenzamos a correr simultaneamente y a mi voz de ¡¡¡MIIIAAA!!! mi hermano Lucho me hizo espacio para que yo llegue primero. Venciendo las ganas de lucirme --- práctica común en los guardametas --- y atrapar el balón en el aire, recuerdo haber optado por lo más seguro que fue rechazar la bola con los puños en una salida tipo Supermán, mandándola lejos de la zona de peligro. Las jugadas subsiguientes no las puedo hilvanar. Pero recuerdo que cada vez que saltaba por la bola lo hacía con una rodilla bien levantada para intimidar la carga y si no estaba seguro de hacerme de la bola, la rechazaba con los puños. La táctica me funcionó porque mi valla quedó invicta al terminar el primer tiempo cero a cero.
Para el segundo tiempo, ya que en el primero había estado de resbalón en resbalón, le sugerí a Ramón que se pare en las zonas de la cancha donde el grass estaba “pelao po” y cuando le venga la bola, que la patee para adelante, sin demora.
Al empezar el segundo tiempo, el equipo anfitrión salió con renovados bríos ya que parecía que habían decidido jugárse el todo por el todo. Nosotros, habíamos decidido abrir el juego por las puntas. Así, cada vez que yo me hacía de la bola, la repartía ya sea por la derecha o por la izquierda. Mi hermano Lucho entraba por la izquierda para abrir la marca y debilitar el juego por el centro que es por donde entraba el "gnomo grande”. No quiero ser irreverente por la pinta del capitán, pero en mi mente de guardameta, los jugadores son fichas de juego y la forma rápida de identificarlos para calcular el riesgo de sus intervenciones, es poniéndole chapas.
Fue sólo despues de algunas jugadas, al comienzo del segundo tiempo, que me dí cuenta que el "enano ladilla" había desaparecido de la cancha. Todavía estaba allí, pero ya no pintaba. La efectividad de la jugada de laboratorio de mi hermano Thelmo, era palpable. El juego se centraba ahora en lo que podía hacer el "gnomo grande” y nuestra misión en la defensa era desarticular su entrada por el centro. El partido siguió intenso y recuerdo bolas que me llegaban zumbando como abejas. Recuerdo un momento que sentía las pestañas llenas de tierra por las frecuentes aterrizadas en las partes peladas del area y mi temor era que en algún momento me impidan ver la bola.
A esas alturas, todos sin excepción en nuestro equipo, estábamos exhaustos. Un guardameta, generalmente termina un partido de futbol bien peinado, porque pese a los momentos de brusquedad que generalmente se suscitan en el area durante un ataque, siempre hay tiempo para recuperar la compostura. Este definitivamente, no era mi caso. ¡Yo me sentía exhausto y despeinado! Con el sudor y las revolcadas, tenía barro hasta en el calzoncillo “Soriano”. No era para menos. La intensidad del ataque y defensa no había cesado durante los ochentaipocos minutos que yo calculo habían transcurrido hasta allí, sin cambios en nuestro equipo, ya que no contábamos con suplentes. Generalmente, el no tener jugadores suplentes, es bueno para los jugadores aficionados, porque le aseguran que jugará todo el partido. Pero, en esta ocasión la mayoría hubiera visto con buenos ojos su reemplazo, especialmente el par de choborras que hacía rato ya habían sudado la última gota de cerveza.
El esquema de ataque lo habíamos forzado abriendo el juego por las puntas, como dije para evitar que el capitán de ellos tenga con quien jugarla por el centro. En virtud de eso, abrieron su defensa para cuidar de nuestros punteros mentirosos. En tales circunstancias, recuerdo que después de un ataque rival, yo me había quedado con la bola. Cuando iba a empezar mi, obvia, rutina para demorar el juego, vi que a Gilo lo habían dejado solano poco más allá del centro de la cancha. Sin pensarlo dos veces, sabiendo que Gilo como futbolista era un excelente paralelista, en virtud de unos trancazos llegué al borde del area y simultaneamente a mi grito de ¡GILOOO! le lancé la bola de arrastrón con la mano, al estilo del bowling que practicaba con el chileno en Miraflores. De esa forma, me aseguraba que la bola le llegue para el enganche con su pie derecho. La jugada salió a pedir de boca, pues sin marcación, Gilo se adueño de la bola y comenzó a correr como ratero en dirección al arco contrario. Ya no pude ver más la bola, pero sabía que él se la llevaba, porque seguia corriendo. En una carrera desordenada y sin ritmo, Gilo iba cuidando la bola con su vida ya que los dos marcadores que tenía por delante, no se en virtud de que milagro porque el referí no cobró, salieron rebotando uno tras otro sin poder parar ni a Gilo ni a la bola. Hasta ahora me queda la impresión de que Gilo era una bola de bowling y los jugadores contrarios los pines que caían a su paso por su recio accionar ¡a puro corazón! Inexplicablemente, el guardameta contrario no le salió al encuentro y Gilo pudo empujar la bola extendiendo su último paso, antes de caer exhausto, arrastrando en su caida al último defensor que le llegaba por atrás. Sólo entonces recuperé la visual de la bola, para ver que entraba lentamente al arco contrario. Con la tribuna enmudecida, se escuchó débilmente ¡goool...! proveniente de un coro femenino de tres entusiastas.
Yo no creía lo que acababa de ver y estuve en "la zona del silencio” por un instante de la eternidad. Sólo volví a mi conciencia, al ver y oir en retrospectiva al referí, señalando el centro de la cancha y soplando su silbato al mismo tiempo. Sólo entonces fue que sentí la corriente de algarabía que ya circulaba en la cancha, revitalizando los cuerpos cansados de nuestros jugadores.
En los minutos restantes del partido, tuvimos más de lo mismo. Pero, la jugábamos con extrema precaución, ya que el rival buscaba el penal. Recuerdo que nuestro capitán, mi hermano Lucho, tuvo que reclamarle al arbitro varias veces para que de por terminado el encuentro, que parecía nunca acabar. El resonar del pitazo intermitente, fue para mi el mejor unguento para mis adoloridos cabeza, tronco y extremidades, plagados de raspones y magulladuras. Los once jugadores del equipo Frankenstein, parecíamos gladiadores sobrevivientes en la arena de un coliseo romano.
Si hasta aquí mi narración les ha parecido egocéntrica, tienen razón. Pero, la única versión de la cual dispongo, es la que yo ví a mi alrededor y es la única que les puedo ofrecer. Por otro lado, si les parece que mis recuerdos son “exagierados” como diría el chileno, a la pruebas me remito. Después de más de noventa minutos de juego, ese partido lo ganamos uno a cero. Gilo contribuyó con el uno, yo contribuí con el cero y el chileno con su entusiasmo.
El gesto deportivo que tuvo lugar al final, cerró con broche de oro nuestra actuación. Los jugadores contrarios, con su capitán al frente, se acercaban a felicitarnos y nosotros no sabíamos como reaccionar. Ya que nuestra alegría era desbordante a costa de haberles arruinado la fiesta.
Pero... así es el fútbol.
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